“Tertulia celebrada el sábado 10 de diciembre 2005

“Los seres que llamamos vampiros existen.
Algunos de nosotros tenemos
pruebas irrefutables de ello”
Abraham Van Helsing


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presentación

Primera consideración: por su número de páginas, el libro atenta contra uno de los principios no escritos de nuestro club de lectura: supera las doscientas páginas, pero “hay película”, en realidad películas… y obras de teatro e innumerables adaptaciones… En definitiva, para los perezosos, y solo para ellos, tomaremos como referencia para la tertulia a la película Drácula de Bran Stoker de Francis Ford Coppola. Y para no entrar, por ahora, en polémicas lo consideraremos simplemente: resumen del argumento.
Porque para sentir realmente la sombra fría del miedo, para degustar esta historia de sueños, sopores y desvelos, es imprescindible sumergirse en este entramado de cartas, diarios, noticias y telegramas que llenan las más de quinientas páginas de la novela.

Un lector “despierto”, no puede menos que reconocer un triple enfoque al acercarnos a los dominios del Conde.

1. La creencia en los vampiros y el vampiro histórico.

Por estricta definición, un vampiro es un espectro o cadáver que va por las noches a chupar poco a poco la sangre a los vivos hasta matarlos, también se refiere a formas astrales que viven a expensas de las personas de quienes extraen vitalidad y fuerza.
El conocimiento de unos y de otros está ampliamente reconocido en las mitologías de la antigüedad y en las leyendas de múltiples pueblos, en especial del Sureste de Europa.

Pero encontramos también terribles historias, historias reales, que van más allá –o más acá– del mito y la leyenda. Existieron en la historia seres auténticamente sedientos de sangre. Así, por recurrentes, podemos citar a: la condesa Elisabeth Bathory (1560-1614), aficionada a la sangre, más en concreto a los baños en sangre de doncella. Y, como no, a Vlad III de Valaquia (1428-1476), príncipe y héroe nacional rumano, apodado “el empalador”, fuente de inspiración para la novela, y aún de justificación para las maldades del Conde –si seguimos a Coppola– y que más que por su afición a beber sangre, se emparentaría con nuestro vampiro por su extrema crueldad. Aunque hasta para eso, también hay opiniones.

Acertijo: Dos monjes fueron al castillo de Vlad. Cuando este les preguntó que les parecían los muy numerosos empalamientos con que ajusticiaba a enemigos varios, uno de ellos respondió que hacía muy bien en hacerlos, pues era su misión divina castigar el crimen, Otro de los monjes condenó lo condenó abiertamente. Uno fue empalado y el otro recompensado…

2. La creencia en Drácula y el vampiro literario.

En 1879, la leyenda se transmuta en literatura por obra y gracia de un irlandés, escritor aficionado –al menos eso es lo que dicen los escritores profesionales– llamado Abraham Stoker que en sus ratos libres configura la imagen de lo que va a ser un mito del imaginario colectivo universal y además le pone nombre al terror, de ahí en adelante: Drácula.

La novela, calificada por Oscar Wilde como tal vez la más bella de todos los tiempos, es simplemente la historia de un vampiro. De un no-muerto que para permanecer inmortal debe alimentarse regularmente de la sangre de alguna bella mortal y evitar la cruz y el olor a ajo.

Pero es la historia de un vampiro fascinante. Maligno y nocivo, pero también atractivo e irresistible. Un aristócrata perverso de mirada penetrante y modales exquisitos que habla un inglés excelente y tiene una sonrisa encantadora. Un amigo de los libros que a su condición de hábil especulador inmobiliario une rango militar y recio abolengo. Un ser caprichoso y cruel, pero también un tenaz enamorado capaz de atravesar océanos de tiempo para reencontrarse con la encarnación de su amada –según la versión de Coppola–.

Es una historia que no solo nos cuenta algo que ya sucedió, sino que nos muestra lo que puede suceder dondequiera que haya seres humanos, en cualquier tiempo y en cualquier lugar. Porque nos habla del miedo a la muerte y a los muertos, del sueño de la inmortalidad…

3. La creencia en los vampiros modernos, y aún postmodernos.

Una lectura de la obra que no peque de superficial, nos introduce de bruces en una variedad temática y de referencias verdaderamente sorprendente. Nos acerca a territorios claramente vetados en su época, en especial la compleja y variada sexualidad implícita en toda la obra. Pero por encima de todas las metáforas e imágenes: la sangre.

La sangre que en todos los tiempos y en todas las culturas es y ha sido sinónimo de vida, de vida eterna o de energía vital en último caso. Nadie debería extrañarse cuando el Conde proclama “la sangre es la vida”. Beber la sangre de los amigos, o de los enemigos, en sentido real o figurado es una constante en toda la historia de la humanidad.

Y ya no se trata ahora de creer o no creer en antiguas supersticiones o leyendas. Se trata de averiguar cual es el disfraz que adopta hoy el Conde y como reconocerlo:
El vampiro es el símbolo del más alto grado de egoísmo. Un ser que se alimenta de la energía vital de los otros provocando además su destrucción.
El vampiro es un ser que concibe la vida como una lucha en la que o se devora, o se es devorado.
El vampiro es un ser que padece el sueño de la inmortalidad convertida en la más horrible de las pesadillas.

Se trata también de explorar la frontera de lo que nos da miedo, de saber quien juega con nuestros miedos, si estos acechan fuera o surgen de nuestras mentes somnolientas.

Se trata de saber quiénes y cómo nos chupan hoy la sangre.



¡Bienvenidos a esta historia
de amor, de locura y de muerte!

¡Entrad libremente y por vuestra propia voluntad!


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epílogo

“Bienvenido a mi casa –repitió–. Entre libremente. Marche sano y salvo… ¡y deje algo de la felicidad que trae consigo!... Yo soy Drácula. Y le doy la bienvenida, señor Harker. Entre; el aire de la noche es frío, y debe comer y descansar”
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