Séneca, Epístolas morales a Lucilio. Utilidad de la filosofía.

La filosofía no es una actividad agradable al público, ni se presta a la ostentación. No se funda en las palabras, sino en las obras. Ni se emplea para que transcurra el día con algún entretenimiento, para eliminar el fastidio del ocio: configura y modela el espíritu, ordena la vida, rige las acciones, muestra lo que se debe hacer y lo que se debe omitir, se sienta en el timón y, a través de los peligros, dirige el rumbo de los que vacilan. Sin ella nadie puede vivir sin temor, nadie con seguridad; innumerables sucesos acaecen cada hora que exigen un consejo, y este hay que recabarlo de ella.
Alguien objetará: “¿De qué me sirve la filosofía, si existe el hado?, ¿de qué me sirve si Dios es quien gobierna?, ¿de qué me sirve, si impera el azar? Porque lo que está decidido no puede cambiarse y nada puede precaverse frente a lo incierto, sino que, o bien Dios se ha anticipado a mi decisión y ha determinado lo que debía yo hacer, o bien la fortuna nada deja a mi decisión”.
Sea lo que fuere de estas suposiciones, Lucilio, aun cuando todas sean verdaderas, hay que aplicarse a la filosofía. Aunque los hados nos encadenen con ley inexorable, aunque Dios, árbitro del universo, haya ordenado todas las cosas, aunque el azar empuje y envuelva en el desorden los acontecimientos humanos, la filosofía debe velar por nosotros. Ella nos exhortará a que obedezcamos de buen grado a Dios y con entereza a la fortuna; ella te enseñará a secundar a Dios, a soportar el azar.
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